Llevas sentada en el andén mucho tiempo, creo que meses,
allí te dejo aquel tren que aún hoy esperas ver pasar y del que solo tienes
noticias por los carteles informativos. Ese tren que te dejo varada está
parando ahora cada día en un andén distinto, y recoge flores como la que tú
fuiste ayer. Te empeñas en esperar, y cada mañana, en el servicio de la
estación coloreas tus mejillas y te pasas con el carmín de los labios. El tren
volverá, seguro, deslumbrante como siempre.
Mientras tu vida pasa esperando crees recordar que hace unos
días paró delante de ti otro tren, no era tan flamante como el que esperas,
pero llevaba tu nombre escrito sobre sus vagones de madera con una letra gótica
preciosa, algunos estaban llenos de animales de circo, otros de canciones
tarareadas, y otro de doscientos kilos de sueños. Era un tren a vapor, de los
que hacen chu chuuuu y que por un momento te llevó a otros tiempos donde la paz,
la soledad y el viento compartían mantel sentados a la mesa de los proyectos de futuro.
Justo en el instante en el que la duda te asaltaba, en el que te levantaste para mirar dentro, la locomotora echaba a andar y tu nombre se diluía bajo una fina lluvia. Definitivamente ese tren no era el tuyo, seguirías esperando.
Ahora frente al espejo te vuelves a pasar con el carmín, has
visto por la ventana del servicio que tu tren está allí, el que esperabas, y
correrás a cogerlo, y mientras pasas a su interior deslumbrante y sientes esa
desazón de la duda, te sentarás en un cómodo asiento pero sin dejar de mirar
atrás, por si alguien va contigo. Volverás a viajar rápido aunque no llegarás
lejos antes de encontrar un nuevo andén, si cabe más lúgubre, donde te obligarán a bajar y esperar.
Y en las noches lluviosas soñaras, por el resto de tu vida, con aquel
tren a vapor lleno de sonrisas al que nunca te subiste.
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