domingo, 31 de octubre de 2010

La conocí por casualidad.

Así es, no tenía dónde ir, pero sí una excepcional compañía, por aquel entonces hubiera matado por una casualidad así, no me preguntéis por qué pero llegamos a ella sin previo aviso, el cantábrico nos recibió gris, como de costumbre y al menos se grabó en mis pupilas; hoy, casi diez años después, aún siento su olor a salitre y tierra mojada. Yo aún no era consciente pero el virus de su gente y de su belleza se había inoculado ya en mi sangre, recuerdo aquellos días como si todavía no hubieran pasado, sigue invadiéndome, cuando estoy cerca, la misma sensación de pequeñez, ¿será el fin del mundo? para mi ya lo fue, y hoy vuelvo, también en buena compañía, a resucitar fantasmas, grabar paisajes y deleitar asombros. Vuelvo a ti porque quizás nunca tuve que irme, vuelvo a ti con el convencimiento de que esos días, los de la marea alta, quizás estén esperando por llegar. Dos días en los que tuve tan cerca la felicidad que podría haberla dibujado, probado, tal vez hasta cogido.
El llanto de tus olas me sigue conmoviendo, el plomo de tu cielo ya no me atormenta, es sólo tu recuerdo, el del principio de mi vida, el que me vuelve a perturbar.

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