jueves, 6 de septiembre de 2012

Corre


Hay días en los que la hija de puta te oprime y da la sensación de que una mano gigante te estruja de tal forma que no para hasta que consigue que tus lagrimales estallen, sientes una especie de comezón interior que te aprieta contra el asiento del coche, te falta el aire, reniegas de las risas que ves a tu alrededor y darías oro por que todo fuese nada. El final.

En realidad la tengo bastante controlada, consigo que vaya en el sillón de atrás, cada vez que empiezo un libro, cada vez que compro un disco, cada vez que veo reír un niño se aleja temblorosa. Es cierto que yo la he elegido de compañera, yo me he desterrado a setecientos kilómetros de mis afectos más cercanos y he repudiado a mi único amor verdadero, creando un daño irreparable, pero  no es menos cierto que al caminar no noto ya casi nunca su aliento en el cogote.

Tras esos días de los que empecé hablando las noches son mucho peores, sudores, imágenes que no cesan en un frenesí epiléptico y ansiedad a raudales, también hoy mejor sobrellevada.

La única terapia válida es el despertador, el crono, las zapatillas y el fresco del rocío en la mañana y correr, correr, correr…. donde ella, la soledad, nunca pueda alcanzarme.

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