Sentado en el porche de su casa se deleitaba experimentando
el frescor del agua en su garganta, quietud y chicharras le acunaban el odio y
adormecían ausencias, sol taciturno de noviembre bramando muy sesgado cegaba el resquicio de sus entendederas.
El batín cruzado a modo de americana le procuraba calor, y
su imaginación en torrente una playa donde disfrutarlo. Era todo lo que
necesitaba en la vida.
Por un instante esa misma imaginación se tiñó de nostalgia y
fue a parar a aquel otoño del que jamás había hablado con nadie, ese otoño que
no le volvería a dejar contemplar las hojas caídas en el parque sin un pinchazo
en el centro de su ego; “el cazador cazado” podría titularse esa novela.
Aún se estremecía al recordar el roce de su pelo, todavía
hoy, más de treinta años después recordaba aquel “ICH LIEBE DICH” en la pared
encalada, nadie comprendía por qué se sonreía al comer melocotón o cómo conocía con exactitud todas
las fases de la luna.
Pequeñas gotas de condensación caían por el vaso y
resbalaban por su mano, devolviéndole a la vida, agujas frías en sus dedos.
El invierno, soñó; el invierno lo cura todo.
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