En esta tierra se desayunan tostadas con café, se inhala el
olor de la mar desde temprano y en ocasiones, el asfalto huele a fresa. Cuando
cae el sol los domingos, tarde, el vientecillo del atlántico arremolina
cantares y se juntan las familias en torno a un buen vino del condado, y se
corta jamón. La gente no va acelererada porque tienen claro que así, aunque llegues
antes, te pierdes el camino, se abrazan con frecuencia, aquí no da miedo tocar,
porque en esta tierra los pinos besan la mar y retozan entre dunas. Esto es
Semana Santa y Virgen del Rocío, son fuertes raíces, ojos
negros, habitas enzapatás y gamba blanca, rebujitos y monte bajo. Aquí
hay marisma y enebro, clavel y azahar, barro y copla. Me cuentan que cuesta
alejarse de aquí, que cuando uno se va siempre vuelve, y yo, que corté el
cordón umbilical de mis raíces hace años y que dinamito la tierra por la que
piso doy fe de lo que me dicen e incluso como ahora, adoptado de profesión,
cuando me descalzo en Madrid echo en falta ese soplar del cosquilleo de la
arena…
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