martes, 1 de febrero de 2011

El olvido

¿Y si las palabras que te escribí acabaran perdiéndose?
¿Y si el árbol que plantamos juntos se secara al fin?
¿Y si no te quedara en la piel ninguna huella de los besos que te di?
¿Y si mi pelo no recordara el fulgor de tus caricias?
¿Y si nuestras mañanas no detuvieran nunca más el tiempo?
¿Y si las doce nunca dieran en ti?
¿Y si acabáramos falseando nuestras sonrisas?
¿Y si el “qué tal” no saliera de dentro?
¿Y si olvidáramos nuestros teléfonos por no llamar nunca?
¿Y si nuestro tren no volviera a pasar?
¿Y si la bajamar lavara nuestros abrazos?
¿Y si la muerte no se acordara de mi?

Pianista

Sentado al piano, con la memoria ajada y los dedos entumecidos, empezaba otra jornada. El sabor del coñac le dejaba ese regusto por la libertad que siempre impulsó su ánimo, le traía vientos de París, del barrio latino, y del Café de Flore, de sus primeros días frente al público, tras el piano, dando marco a encuentros furtivos, despedidas, abrazos, homenajes.
Otra vez la misma melodía, Claro de luna,  con la que empezaba su jornada desde hacía más de treinta años, músico de diario, sin pretensiones, mas que ambientar estados de ánimo. Los clientes a veces le pedían fragmentos, no de piano, sino de sus vidas, en sus ojos se veía la nostalgia por volver a vivir en sus recuerdos, transportados por las notas que arrancaba, lentas, de aquel viejo Steinway. A él le agradaba, era como poseer una pequeña máquina del tiempo, en la que se pudieran seleccionar instantes dulces, pasarlos por la criba del corazón.
Tarde tras tarde llegaba puntual, tocaba de siete a once con quince minutos de descanso que aprovechaba para tomar su coñac y fumar, siempre tabaco negro, rutina, oración, presente.
No sabía hacer nada más, su vida siempre fue por y para la música, por y para sus oyentes, terapeuta de salud frágil y ojos enrojecidos. Sigue tocando, se decía, es lo que te hace sentir vivo, sigue tocando.

sábado, 29 de enero de 2011

Insurrección

Los ochenta fueron algo más que hombreras, laca y movida madrileña, en los estertores de la década el gran Manolo, amplificado por los rítmicos arpegios de Quimi Portet, nos deleitaban con obras maestras como ésta, compuesta según ellos en una sola noche de inspiración.
Pese a quien pese.
Buen fin de semana!!!

viernes, 28 de enero de 2011

Noche

La luz del sol, parafraseando al gran Karnazes, está sobrevalorada.
Es la noche la que invita a sacar lo peor de ti, la que te arrastra a ser lo que realmente eres, sin contemplar lo que fuiste ni lo que habrías llegado a ser, la que me da la medida de las locuras que cometería por ti, y de hasta donde abandonaría mi acomodo.
Es la resaca de los desayunos de ortigas, flanqueada de un leve mareo, y una pizca de amargura  que nos descubre la podredumbre de nuestra humanidad, el cinismo de nuestros actos y la quietud que me regalas, mansa, sobre mis desvelos.
La noche es el beso que nunca te daré, la piel que jamás podré rozar, el vértigo irónico de tu ombligo, salpicado de gotas de candor, la fortuna de acunarte, la fatiga de morir sin tocarte, de pasear descalzo por las espinas de tu impaciencia.
Mi noche mágica eres tú, en el intervalo tedioso que me separa de nuestro lecho, nuestro por fe más que por ciencia, nuestro por saber que sin llanto ni fulgor jamás tendremos recompensa.
La noche de mis días es la fortuna de aspirar el aire que tú exhalaste ayer, el reposo del guerrero, la flecha lanzada sobre mi cerebro, que no puede dejar de imaginarte, oscura, sobre una selva de nenúfares.
Tanto negro soy como blanco dejo, viajando iluso por tus caderas, derritiendo el goce de amasarte con una mímica casi esotérica, la misma que sin dudar te construiría sobre los cimientos del deseo carnal más pueril.
Aquí, acodado por la noche cierro de nuevo los ojos, y me permito viajar al país dónde Alicia estaría relegada al olvido, porque la maravilla, en la noche, serías tú.
Adiós, mi noche te pertenece.

jueves, 27 de enero de 2011

Tus ojos

El problema siguen siendo tus ojos.
Ya sé que está muy visto pero son la verdadera tragedia, hasta que los noto fijos en mi estoy tranquilo, puedo discernir lo que hago y mi cuerpo me pertenece. Cuando llega la noche y te veo aparecer tengo claro lo que eso conlleva, contigo van tus ojos.
Tenebrosos, potentes, esos pequeños bastardos que sacan lo peor de mi, que despegan la médula de mis huesos y me ponen como un lobo enjaulado.
No sé que hacer con ellos, a veces intento no mirarte, pero creo que tienes gravedad propia y acabo rendido en tu regazo, siniestro, perturbador, eres maligna.
He probado incluso a poner cientos de kilómetros entre ellos y yo, pero no sirve de nada, cada día sin contemplarlos es una pérfida y lenta agonía.
Son tus puñeteros ojos.
Ya sé que no está quedando muy romántico, pero hoy no hablamos de romanticismo, hablamos de dragones, de rojos y de arrancarte el vestido a mordiscos, porque me sigues mirando ¿verdad?

lunes, 24 de enero de 2011

Fuego

Te lo he explicado un montón de veces, encender un fuego es bastante complicado. Primero necesitas algo que arda, parece sencillo pero no siempre tienes a mano emociones inflamables, a veces están demasiado húmedas o demasiado abrasadas. La chispa es otro cantar, puedes chocar dos piedras, frotar un palo contra otro, o si eres realmente afortunado, encender el mechero que llevas en el bolsillo y del que prácticamente te habías olvidado. Si consigues esos elementos, y además lo has hecho en un sitio resguardado de vientos pasados seguro que tendrás éxito, esa hoguera podrá calentarte una buena temporada, claro está, acércate bien para notar calor, pero no tanto como para quemarte, otra vez.
Sin embargo lo realmente complicado es mantener el fuego durante años, para ello debes trabajar duro, seguir levantándote cada mañana buscando combustible, cuando no los tengas a mano deberás recorrer largas distancias para conseguirlo, incluso inventarlo juntando dos o más materiales; sí, amigo, mantener viva la llama también requiere imaginación, más de lo que te crees. Puedes dejar que otras personas se calienten en él siempre y cuando su espíritu sea puro, y simplemente busquen calor, no arrebatarte el fuego. Tendrás que tener en cuenta el clima, ser más constante en invierno, y si quieres algo más imprudente en verano. Vigílalo también por el día, a veces la luz directa del sol puede hacer que no distingas la llama que tú mismo creaste.

Y si, después de tener claro que has hecho todo lo posible, finalmente la llama se extingue, guarda las últimas pavesas, cerca el terreno sobre el que ardió y mantenlo libre de rastrojos, puro, como lo dejó el fuego cuando estaba allí.
Cuida tu hoguera como lo haría un hombre de campo con su terreno de labranza, o un artesano con su creación más preciada.

El mundo no es de los pirómanos, eso puedo asegurártelo.

viernes, 21 de enero de 2011

¿Descerebrados?

Vuelve el abuelo cebolleta con “dices tú de mili”
Hace poco recordé una práctica bastante habitual en mi “tierna” infancia que ciertamente pone los pelos de punta. Antes de entrar al colegio, cuando cursaba sexto curso, es decir, con 10 añitos o así, un compañero de clase y yo (J.L.M.H.), de la familia de los “prontoasomas”, es decir, de los que siempre llegábamos un cuarto de hora antes al colegio, nos dedicábamos a una práctica no muy recomendable para nuestra integridad física. En un parque cercano, famoso en Alcobendas, conocido como el parque Cataluña, había una especie de torre de unos siete metros de alto (más o menos como un segundo piso) a la que la gente subía para ver unas bonitas vistas del parque y de la ciudad, pues bien, los dos ingenieros en cuestión no teníamos mejor idea que subir a esta torre por el exterior de la barandilla, agarrados solamente a ella, y caminando por una pequeña cornisa de unos veinte centímetros de ancho, lo cierto es que el agarre era sencillo para críos de nuestra edad, acostumbrados a hacer el mono, pero no es menos cierto que una caída desde la zona más alta hubiera significado, muy probablemente, y aunque suene dramático, un accidente muy serio.
Y otra vez uno vuelve a pensar en el significado de palabras como miedo, peligro o muerte.
Con diez años son palabras absolutamente desconocidas, no sé si conscientemente pero uno cree contar con una especie de escudo, el de la niñez, que puede protegerte de todo, caídas, quemaduras, saltos de escaleras, peleas, imprudencias, y aunque ahora estoy seguro de que no hay ningún escudo lo cierto es que me gusta recordar cuando vivía con esa sensación.
J.L.M.H. y yo pasábamos, casi a diario, una prueba de vida durante unos veinte segundos, justo cuando rodeábamos el tramo más alto de la torre para llegar arriba sanos y salvos, mirar a nuestro alrededor y creernos los Reyes del Mundo.
Bastante impactante es también saber que nadie, ninguna persona mayor, seria, responsable y temerosa de Dios, nos recriminó nunca nuestra locura, ¿eran otros tiempos? suena a tópico pero es verdad.
Hace un par de días volví a pasar por allí esperando a un cliente, y todo está cambiado, hace años que derribaron la atalaya y han hecho unos cambios curiosos, les dejo una imagen que como siempre, vale más que mil palabras.
¡Buen fin de semana!