martes, 1 de febrero de 2011

Pianista

Sentado al piano, con la memoria ajada y los dedos entumecidos, empezaba otra jornada. El sabor del coñac le dejaba ese regusto por la libertad que siempre impulsó su ánimo, le traía vientos de París, del barrio latino, y del Café de Flore, de sus primeros días frente al público, tras el piano, dando marco a encuentros furtivos, despedidas, abrazos, homenajes.
Otra vez la misma melodía, Claro de luna,  con la que empezaba su jornada desde hacía más de treinta años, músico de diario, sin pretensiones, mas que ambientar estados de ánimo. Los clientes a veces le pedían fragmentos, no de piano, sino de sus vidas, en sus ojos se veía la nostalgia por volver a vivir en sus recuerdos, transportados por las notas que arrancaba, lentas, de aquel viejo Steinway. A él le agradaba, era como poseer una pequeña máquina del tiempo, en la que se pudieran seleccionar instantes dulces, pasarlos por la criba del corazón.
Tarde tras tarde llegaba puntual, tocaba de siete a once con quince minutos de descanso que aprovechaba para tomar su coñac y fumar, siempre tabaco negro, rutina, oración, presente.
No sabía hacer nada más, su vida siempre fue por y para la música, por y para sus oyentes, terapeuta de salud frágil y ojos enrojecidos. Sigue tocando, se decía, es lo que te hace sentir vivo, sigue tocando.

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