viernes, 28 de enero de 2011

Noche

La luz del sol, parafraseando al gran Karnazes, está sobrevalorada.
Es la noche la que invita a sacar lo peor de ti, la que te arrastra a ser lo que realmente eres, sin contemplar lo que fuiste ni lo que habrías llegado a ser, la que me da la medida de las locuras que cometería por ti, y de hasta donde abandonaría mi acomodo.
Es la resaca de los desayunos de ortigas, flanqueada de un leve mareo, y una pizca de amargura  que nos descubre la podredumbre de nuestra humanidad, el cinismo de nuestros actos y la quietud que me regalas, mansa, sobre mis desvelos.
La noche es el beso que nunca te daré, la piel que jamás podré rozar, el vértigo irónico de tu ombligo, salpicado de gotas de candor, la fortuna de acunarte, la fatiga de morir sin tocarte, de pasear descalzo por las espinas de tu impaciencia.
Mi noche mágica eres tú, en el intervalo tedioso que me separa de nuestro lecho, nuestro por fe más que por ciencia, nuestro por saber que sin llanto ni fulgor jamás tendremos recompensa.
La noche de mis días es la fortuna de aspirar el aire que tú exhalaste ayer, el reposo del guerrero, la flecha lanzada sobre mi cerebro, que no puede dejar de imaginarte, oscura, sobre una selva de nenúfares.
Tanto negro soy como blanco dejo, viajando iluso por tus caderas, derritiendo el goce de amasarte con una mímica casi esotérica, la misma que sin dudar te construiría sobre los cimientos del deseo carnal más pueril.
Aquí, acodado por la noche cierro de nuevo los ojos, y me permito viajar al país dónde Alicia estaría relegada al olvido, porque la maravilla, en la noche, serías tú.
Adiós, mi noche te pertenece.

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