El problema siguen siendo tus ojos.
Ya sé que está muy visto pero son la verdadera tragedia, hasta que los noto fijos en mi estoy tranquilo, puedo discernir lo que hago y mi cuerpo me pertenece. Cuando llega la noche y te veo aparecer tengo claro lo que eso conlleva, contigo van tus ojos.
Tenebrosos, potentes, esos pequeños bastardos que sacan lo peor de mi, que despegan la médula de mis huesos y me ponen como un lobo enjaulado.
No sé que hacer con ellos, a veces intento no mirarte, pero creo que tienes gravedad propia y acabo rendido en tu regazo, siniestro, perturbador, eres maligna.
He probado incluso a poner cientos de kilómetros entre ellos y yo, pero no sirve de nada, cada día sin contemplarlos es una pérfida y lenta agonía.
Son tus puñeteros ojos.
Ya sé que no está quedando muy romántico, pero hoy no hablamos de romanticismo, hablamos de dragones, de rojos y de arrancarte el vestido a mordiscos, porque me sigues mirando ¿verdad?
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