viernes, 12 de noviembre de 2010

Aquellas playas.

Cerca, muy cerca, en esos escasos milímetros en los que no se escapa ningún olor, en que, aún sin tocarse, podían sentir la piel del otro, en los límites del deseo, cayendo de nuevo en un abismo de roces y caricaturas de sentimientos. Vadeaban ríos inhóspitos, territorios inexplorados en los que ningún desamor había dejado todavía su marca, palpitaban, nerviosos, corazones desbocados, caballos de carreras. Las escaleras incómodas no conseguían alejar su propósito; penetrar sus almas por los ojos, miradas tan intensas como el salitre de la mañana que les recibía, tenue.

¿Temblaban? , quién sabe, a su alrededor el no-mundo empezaba a despertar, algún paseante tempranero, algún noctámbulo sin rumbo, siempre la playa al frente, dándoles cobijo, limitando su por entonces vasto futuro.

Ella no llegaba a los dieciséis y él, recién cumplidos los diecisiete, no divisaban finales, solo principios, se colmaban de versos, de te quieros sin prisas, sin consideraciones previas, es verdad, se querían, aún sin entender que nunca volverían a amar de esa manera, o tal vez por eso, morían en cada beso, nacían en cada caricia.

-Huyamos- le proponía ella, - ¿a dónde? , sonreían cómplices de locos pensamientos, - donde sea, contigo-

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