lunes, 15 de noviembre de 2010

Tabaco negro, días soleados

Cigarrillo, gin-tonic, gabardina calada, humo recalentado de cualquier tugurio entre Montera y Leganitos, un compendio extraño de tópicos de novela barata, entre Carvalho y Torrente hay solo un paso, no un abismo como antes pensaba.

Sin mujer que me espere y sin amigos que me necesiten fundo mi tormento con úlceras sanguinolentas y tabaco negro, al fondo cuatro parroquianos vocean jugando al tute, “arrastro”, “veinte en bastos”, lejana letanía, tantas veces escuchada, casi convertida en oración, Camila acodada en la barra me mira, expectante, ojos vidriosos, medias destrozadas: Camila, la dulce, un travelo de los de postín afincado en chueca desde antes de Aznar, escondido entonces, desatado ahora, siempre dulce, animal de este extraño zoológico al que pertenezco, más mono que cuidador, más cerdo vietnamita que león. Sílabas torcidas como vetas en la madera de la conciencia, conversaciones extintas de contenido, sin sentido: “sigues teniendo una bonita voz, al menos para mí, guapo… cántame algo, como en los viejos tiempos, algo de Sabina, o de Serrat” Camila, la dulce.

Recojo los trastos y salgo a la selva, con olor a humedad, humedad que desprenden los transeúntes, las alcantarillas, los susurros de los jóvenes enamorados, es curioso, humedad en Madrid, quién lo diría. Precoces parejas aprietan el paso bajo la lluvia que limpia por segundos la ciudad, me gusta, bajo el chaparrón solo quedan los valientes, y me gusta contemplarlos mientras entro en otro tugurio, entre Gran Vía y Barquillo, busco sitio frente al cristal, y contemplo la lluvia, otra vez, un día más, silencioso, cabizbajo, cauto entre fronteras invisibles.

Sin previo aviso vuelve su recuerdo, me golpea en el bajo vientre, me noquea rápido, como un boxeador curtido, cierro los ojos y casi puedo tocar su pelo de nuevo, puedo escuchar su risa inocente, la recuerdo gritando papá a la salida del colegio, siento otra vez como sus bracitos me atrapan, como me da su amor sincero, y me cuenta, trastabillada, cómo le ha ido el día, mi cielo, mi vida, mi hija. Añoro esos días, entonces no llovía, desde que la tuve en mis brazos por primera vez sentí que ya no era uno, sino medio, mi otra mitad ya no me pertenecía, y ahora que me la han arrebatado ni mi mitad, la que conservaba, me parece propia.

Paso esa página, es absurdo releerla, la conozco perfectamente, conozco su final, podría recitarla ante el puto público del puto teatro real; vuelven las náuseas, paso otra página y otra más y al final llego al final, al absurdo día de hoy, pegado a esta barra sucia y grasienta, a mi hogar.
Otro, cigarrillo, otro gin-tonic, más humo recalentado, una tonelada de frustración, mañana brillará el sol, estoy seguro.

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