Qué traicioneros son los sueños, ayer me volvieron a jugar una mala pasada.
Es noche cerrada en Madrid, y como casi siempre en nuestros momentos importantes llueve, yo tengo claro cuál es tu portal y allí espero, detrás del cristal, a verte aparecer. La gente huye del agua como si fuese ácido, corren a resguardarse en el calor de sus hogares, yo lo tengo difícil, hace años que no habito ninguno. Apareces por sorpresa doblando la esquina bajo un pequeño paraguas de esos de mano, sé que eres tú por tus botas, tus piernas y tu inconfundible manera de caminar, porque no se te ve la cara. Me suelto del volante y abro la puerta del coche para salir a tu encuentro, sin rodeos, choque frontal, infarto.
-Hola, cuánto tiempo sin verte- miento, te veo cada minuto, cada día de mi vida.
-¿Qué haces aquí a estas horas? ¿cómo me has encontrado?
-Ya ves, sigo teniendo mis contactos.
-Estás más delgado.
-Y tú más guapa.
Silencio cortante, empiezo a notar que me estoy empapando, primera ayuda divina, ninguna cornisa en la que resguardarse y me cedes parte del minúsculo paraguas, silencio maldito. – Haz algo, Bogart- pienso, -mueve ficha o quedarás como lo que eres, un completo idiota-. Así que, atrapado, acorralado por tu anatomía tartamudeo como un chiquillo pidiendo una caja de condones en la farmacia del barrio. No me quedan esperanzas así que voy a por la carga de profundidad, saco mis pequeños cascos y los conecto al móvil… -elige bien- me animo yo solo.
-Venía a bailar contigo una última pieza, ¿te parece bien?
-¿Aquí? ¿Ahora?
-¿Por qué no?
Y te paso un auricular, son cortos, por supuesto, y eso nos obliga a juntarnos más, y con los dedos temblorosos (malditas pantallas táctiles) selecciono al azar, y el azar me devuelve otra ayuda divina- mañana me confieso- en forma de “Lágrimas negras”, Bebo y el Cigala, otra vez.
-¿Quiénes son? – pregunta, algo desconcertada.
-Un abuelo cubano y un gitano peludo colegas míos, ya te los presentaré
-Estás de coña.
- Ven aquí.
Y armándome de no sé qué valor que creí perdido te atraigo junto a mi y bailamos un poco torpes entre los charcos y la mirada furtiva de un barrendero que acaba su jornada. Entonces va el Cigala y dice aquello de “si te acaricio la cara tienes que darme un beso”, obediente sigo sus consejos y te aparto el pelo mojado de la cara, mi vida, como la de los suicidas, pasa por delante de mis ojos en una décima de segundo, acción, reacción. Tú también obedeces y me besas como si se acabara el mundo, y se acaba, y allí me quedo empapado con el paraguas caído y el corazón reventado.
Las 7:45, el despertador grita y me devuelve al mundo, cansado, con desazón me acerco al cuarto de baño y le doy al grifo… ¿por qué tengo el pelo mojado?
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