lunes, 20 de diciembre de 2010

Don nadie

Se sentía pequeño, zafio, ante ella.

Podía notar como la fuerza imparable de su risa le taladraba por dentro, como la alegría con que inundaba sus días le iba haciendo más débil, como el levante de su ánimo le apresaba, sin llaves, en las mazmorras de su cobardía.

Nunca sería suya.

Esa era la única verdad válida ahora, tras el terremoto de su confesión. Había jugado su última mano en esta partida de poker y había perdido, su all-in particular había resultado un desastre.

Viéndola torcer aquella esquina que tantas veces había torcido con él, alimentando por entonces sus vagas esperanzas, se preguntaba por qué el destino podía ser tan puñetero, ¿es que nadie se daba cuenta de que eran almas gemelas?, ella al parecer no, y tenía la sutil impresión de que, en este caso, esto iba a resultar una tragedia.

¿Sería la última vez que la vería? hace años lo dudaba, ahora lo tenía claro.

Monótonos días, monótono trabajo, monótonas risas, carentes de sentido sin su eterna “partenaire”, monótonos recambios para ella, efímeros placeres condenados a su fútil compañía, desaires, hobbies baladíes, presas fáciles de cazar, caza menor en todo caso.

Veinte años después cayó de nuevo, por descuido, en la misma esquina, corazón volcado, sienes palpitantes, podía verla desaparecer de nuevo, podía incluso oler su voz, sentir su armonía. Un paso, uno más, adelante, ella estará allí, te estará esperando, se equivocó pero ahora lo sabe, sois almas gemelas, todo el mundo se da cuenta, un paso más, venga, respira, joder, no tiembles ahora.

Giró pero allí no había nadie, un edificio en lugar del parque por el que pasearon inocentes hace siglos. Veinte años y allí no había nadie. Eso no le preocupaba, lo peor era comprobar que desde que se fue, ni él mismo era nadie.

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