lunes, 27 de diciembre de 2010

El río

Saltaban entre las rocas del río sin preocupación. Las tardes eran largas en verano, el calor les apaciguaba.
Trece casas encaladas en la desembocadura del valle, rodeadas de campo, verde, eran todo el pueblo. El camino que bajaba hasta el río serpenteaba entre acacias y olía siempre a tierra húmeda.
Raúl bajaba por el camino a su encuentro con alegría, contaba los guijarros negros, soñando con un beso furtivo. A la hora acordada llegó, y se sentó a su lado, impaciente.

-         Llegas tarde.
-         Hace fresco, ¿quieres mi chaqueta?
-         No.
-         ¿Sabes que el hijo de Jacinto viene de visita desde Madrid? nos ha prometido que nos traerá un vídeo y cientos de películas, es actor.
-         ¿Cuántos habitantes hay en Madrid?
-         No sé, supongo que más de cien mil.
-         ¿Cien mil? madre mía, me encantaría vivir allí y perderme entre la gente, ¿me llevaras Raúl? ¿saldremos de aquí algún día?

El silencio le traía el eco del agua contra la piedra, le encantaba el olor a tierra del camino, sentía sus raíces arraigadas en el valle, su vida estaba allí, no saldría, no quería salir.

-         Hace fresco, se hace tarde, mejor volvemos, ¿quieres mi chaqueta?
-         Sí, claro. Raúl…
-         ¿Qué?
-         Abrázame, hace frío.

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