miércoles, 23 de marzo de 2011

Átame

Las sirenas seguían llamándome.
Y yo, que nunca he sido de imitar a nadie, mucho menos a Ulises, iba al encuentro de cada una de ellas, sin excepción, perdonen mi falta de criterio pero qué le vamos a hacer si la carne es débil y la soledad aprieta.
Una de ellas me cantó algo de Serrat y me cogió por la fibra sensible, creo que se llamaba Lucía.
La de más allá tarareaba a los Beatles, un poco más clásico, un poco más simple, creo que se llamaba Michelle.
Una más cañera, Dolores, santificaba a los Suaves rasgando cuerdas metálicas entre su cabello.
Escuchando a Clapton me dejé arrastrar hasta el fondo del océano por Laila.

Y una vez más, resacoso y febril, paseaba por la playa del olvido recordando todas las melodías de mis pequeñas sirenas, que en cada momento me hicieron estremecer con sus voces.

-“El siguiente”, dice el chaval de la ferretería.
-“Tres metros de cuerda fuerte y un mástil consistente”

Esta vez no caigo. Ya

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