lunes, 10 de enero de 2011

Llega tarde

Llega tarde.
Son las seis y veinte, en la estación hay muy poca gente, el día fuera es de perros; oscuro, frío y lluvioso.
La luz es, piensa, demasiado blanca, ese tipo de iluminación de quirófano y de algunas oficinas, demasiado blanca, parece querer radiografiarte por dentro, no deja el más mínimo resquicio a la imaginación. En un cartel indicador se anuncia la llegada de los próximos trenes.
 Una pareja de unos treinta y cinco acaba de llegar y ahora espera, y lo hace mirando el reloj, originalidad en estado puro. A su lado dos chiquillos se besan como si se les acabase la vida, él apoyado contra el cristal de un local vacío por los efectos de la crisis, ella, con los pantalones caídos, la mochila de medio lado y los brazos alrededor de su héroe, quizás mañana su villano.
Llega tarde.
Al fondo aparece un vigilante de seguridad bien afeitado, firme, de esos que no parecen estar sufriendo una lenta agonía con cada hora que pasa, éste incluso saluda amigable a los viajeros que cruzan la barrera. Se abre una puerta lateral y tras ella el taquillero, es muy pequeño, se junta con el vigilante y se acercan a una máquina expendedora de billetes, qué extraño dúo, parecen sacados de una de esas ferias antiguas, en las que los vendedores de crecepelo se mezclaban con las mujeres barbudas, pasen y vean, el punto y la i.
Llega tarde.
La pareja de treinta y cinco por fin deja de esperar, llega otra pareja cortada por el mismo patrón y se dirigen a la taquilla, el vigilante, siempre sonriendo, les indica que usen la máquina expendedora que queda libre, me cae bien ese tipo, definitivamente. Los chiquillos ahora están sentados, hablan de no sé qué, él relajado, ella cuidando sus posturas, sus gestos, sus caricias, sinfonía de seducción. Una mujer pasa como alma que  lleva el diablo, parece que perdiera su juventud más que un simple tren, en su carrera deja caer el paraguas, y por supuesto, nuestro vigilante está al quite para atrapar a la señora antes de que baje las escaleras mecánicas.
Silencio, todos vuelven a sus puestos, el taquillero tras el cristal, los chavales a sus besos, el vigilante a su vigilia, y yo a lo mío, a constatar que de nuevo llega tarde.
Las siete menos diez, está al final de la avenida, corriendo, riendo, lanzando una mirada de “lo siento”, ya conozco ese truco, pero conmigo no le hace falta.
Llega tarde.
Pero llega.

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