jueves, 17 de febrero de 2011

Las aventuras de Masoquito (capítulo 1)

Masoquito era un muñeco de vudú, no medía más de veinte centímetros y estaba todo hecho de trapo, bastante sucio porque no le habían lavado en su escaso año de vida, tenía los brazos, las piernas y la cabeza unidas al cuerpo por zurcidos de color rojo fuerte y sus ojos eran dos botones negros, uno del derecho, por el que veía, otro del revés. Su vida, como podréis imaginar, era bastante desdichada, trabajaba para un santero cubano afincado en Burgos, y allí, en el gabinete del “doctor” actuaba contra presuntos adúlteros, maltratadotes, y un largo etcétera de personas de mal vivir.
Hacía bastante tiempo que las agujas ya no le daban miedo, se había acostumbrado tanto al dolor que no las notaba siquiera. Lo que más pena le daba a Masoquito era dedicarse a ese trabajo tan feo, proporcionar dolor a la gente; por la noche, encerrado en su pequeña caja de cartón, tenía pesadillas con el mal que hacía a personas que ni siquiera conocía, y rezaba al hada de los muñecos de vudú para que le permitiese escapar de esa vida y salir a conocer otros mundos y otros muñecos.
Un día que había tenido bastante trabajo (seis clientes en una misma tarde) llegó algo más dolorido que de costumbre a su caja, y la pena le cogió por dentro, desde la tripa, y fue tan dura que lloró una lágrima de esparto, que se secó muy rápido. Estaba tan cansado que se durmió muy rápido, esperando, sin esperanza, la llegada de un nuevo día. Pero esa noche una luz muy fuerte le cegó su único ojo sano, y cuando recuperó la vista tenía, delante de él, un ser maravilloso. Al día siguiente, aún con agujetas, despertó y notó súbito que algo había cambiado en su cuerpo…¡podía moverse! ¡qué sensación!....
No se lo pensó dos veces y saltó desde su caja al suelo, y aunque la caída fue muy dura, como era de trapo, no hizo nada de ruido. Actuaba por instinto, tantas veces había soñado con escapar que no tuvo dudas, trepó por la cortina del despacho de su dueño, pero por desgracia para él la ventana estaba cerrada, intentó con todas sus fuerzas abrirla pero sus músculos, desentrenados, no consiguieron hacerlo.
Estaba perdido, si no conseguía escapar por la ventana el santero le descubriría y todo habría terminado, por favor, un poco más fuerte, solo un poco más fuerte….

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